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Un silencio atronador

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Antonio Blázquez durante la performance. Foto: Paco Nevado

Pablo Allepuz / para Ars Operandi

Emplazarte vuelve a tomar la calle; la plaza Abades, para ser más concretos: el lugar que vio nacer dicho proyecto y que, periódicamente, deviene escenario durante unas horas. Es mi primer contacto con esta iniciativa y no sé qué me voy a encontrar, de modo que llego unos minutos antes para familiarizarme con el ambiente, con el público, con los artistas: Antonio Blázquez; el teatro-laboratorio Raquel Toledo, dirigido por Irene Lázaro; y Belén Romero.

Desde mi soleada posición, los veo inmersos en los preparativos, colocando un cordel jalonado de cartulinas que crea un perímetro ficticio. Cuando está cerrado, nos agrupamos dentro del metafórico redil para escuchar una lectura poética acerca de la sociedad, su ruido y sus silencios. Ahora estamos en una ciudad –un país– y ejercemos el rol de ciudadanos; o, más bien, de súbditos. Sin que nos demos cuenta, un grupo de personas pinta bocadillos de cómic en el muro de hojas; y éstas ya no son hojas sino ideas que penden de un hilo, comentarios vacíos cuyo mensaje fagocitó el panem et circenses hace tiempo. El característico sonido del aerosol chista a la arenga poética y acaba por acallar su voz, que desaparece mientras los performers nos fuerzan a caminar cada vez más rápido, cada vez de una manera más errática: se genera el caos, parte del público franquea las ideológicas fronteras huyendo a un lugar más seguro en una triste pero patente fuga de cerebros; quienes todavía permanecemos dentro, incapaces de movernos con autonomía, mostramos un idéntico aturdimiento chocando los unos con los otros, convertidos en títeres que sólo cuidan de no enredar sus hilos con los demás.

Y de pronto todo cesa: silencio; literalmente, des-concierto.

Se han parado y nosotros, por supuesto, también. Nos reparten las ideas, que ahora vuelven a ser papeles; pero papeles teatrales que la realidad nos impone y que debemos representar: unos ya definidos, otros en blanco para rellenarlos nosotros. A tal efecto nos entregan un rotulador de falsa libertad, con el que creemos escribir nuestros destinos. Pero nada evita que los actores formen un grupo en el centro, conformando un solo organismo que respira al unísono, cada vez más fuerte, más violento… hasta que explota en mil pedazos. Una vez desenmascaradas, las personas están indefensas, y buscan refugio en los brazos de los espectadores. Desde el frío suelo de la escena, una chica fija sus tiernos ojos en los míos, que no pueden más que ver cómo mi mano se extiende de una forma natural e involuntaria para ofrecerle ayuda; una ayuda que acepta sin dudarlo hasta el punto de fundirse conmigo en un abrazo.

El aplauso da paso a la lectura final, el manifiesto de Emplazarte, que a través de la cultura reivindica el derecho de los ciudadanos a utilizar las calles. Pocos minutos después nada queda de la actividad, la plaza vuelve a la normalidad como si nada hubiera ocurrido: esa es la magia del arte urbano.

Foto: Paco Nevado

Ello nos hace plantearnos algunas preguntas: ¿debe el arte comprometerse con la realidad e intentar cambiarla? Adorno escribía que tras Auschwitz no podría haber más poesía. ¿Debe limitarse, pues, a ser un arma política? El arte tiene una entidad al margen de cualquier utilidad o utilitarismo que le queramos imprimir: más allá del mensaje que se quiera comunicar está el propio arte, el hecho de que una ciudad como Córdoba pueda disfrutar de este tipo de acontecimientos. Eso, y no otra cosa, es lo importante.

Dado lo reciente de esta plataforma y, por ende, la formación del posible público –no hemos de olvidar nunca el carácter abierto de sus convocatorias–, se trata de una apuesta arriesgada: conceptual, con todo lo que ello conlleva; un poco maniqueo, quizá por esta misma razón; integrador, pues se dan cita en el espectáculo muy diversas tendencias. De este último aspecto se deriva el principal problema –que, sin embargo, no desmerece el trabajo conjunto–: la atención del público recae en la excelente acción teatral, de la que es partícipe, pues su potencia eclipsa tanto la lectura poética como la música. Los lenguajes que se manejan requieren tratamientos distintos y conjugarlos supone ocasionales superposiciones, una falta de equilibrio que si bien puede pasar desapercibida, sería deseable subsanar para próximos eventos mediante una concepción (más) unitaria del mismo.

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